El paulatino aumento de la esperanza de vida y el progresivo envejecimiento de la población en los países desarrollados y en los en vías de desarrollo, lleva implícito el crecimiento del número de personas que llegan a edades más avanzadas, superando los 75 años. Las estimaciones para el año 2020 es que el grupo de personas mayores de 65 años será el 25% de la población europea. Se espera que España en el 2050 sea el país más viejo del mundo. 

Aunque las nuevas políticas sociales fomentan el envejecimiento activo, con el objetivo primordial que las personas mayores puedan permanecer el mayor tiempo posible en sus domicilios, formando parte de la sociedad en la que viven, participando por todos los medios posibles en la misma. La realidad es que por diferentes motivos muchas personas mayores ingresan en instituciones. Una vez dado este paso es fundamental evitar que  se aíslen del medio social en el que van desarrollar su nueva vida. Y que consideren esta nueva situación como una fase más de su vida. Fase en la que pueden seguir desempeñando un papel en la sociedad, y en la que deben continuar sintiéndose útiles y necesarios. No podemos asociar la vejez con exclusión social o con la pérdida de derechos.

La cifra de instituciones para mayores  aumenta cada año, pero estas instituciones no deben quedarse sólo en la función asistencial, si queremos que las personas mayores sigan formando parte de nuestra sociedad, como agentes activos de la misma, es fundamental que las instituciones ofrezcan algo más que techo, comida y asistencia médica.

Es en ese aspecto dónde juega un papel fundamental los/as monitores/as especialistas de colectivos específicos como elemento integrador dentro y fuera del recinto, que permite que la persona  mayor siga formando parte de la sociedad, y que no se convierta en un sujeto olvidado y ajeno al tiempo en el que vive.

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